miércoles, 12 de noviembre de 2008

La gramática de las líneas de ensamblaje

Naúfrago va al oculista porque a veces no ve nada y siente que es ciego y a veces ve demasiado y siente que está loco. Pide hora con el doctor Haberman porque se encuentra en el puesto número 2015 del ranking de oftalmólogos. Acude a la oficina, se acerca al mostrador y allí el primer tornillo. Se sienta, rellena cinco páginas con sus antecedentes, sus herencias, sus disposiciones al dormir y sus preferencias ecológicas y se las devuelve a la amabilísima secretaria vestida en túnicas de nurse rosadas, con un pin de la bandera rojiblanca, o dos. Se vuelve a sentar y espera. Largo rato. Muchas revistas sobre política exterior y descubrimientos científicos a nivel ocular. "Mr. Nowfragian". Escucha de la voz poco voluntariosa de una latina que nunca supo bailar y consumió un guiso sólo como especialidad exótica. Se para rápidamente porque cree que llegó su turno, que será atendido, curado, y devuelto al planeta de su rutina en un abrir y cerrar de ojos, valga la expresión de género. Transita por el pasillo acompañado por la dulce señorita y entra en la habitación donde lo recibe una silla vacía, un elemento tecnológico, una persiana a medio abrir y un par de páginas vacías que no esperaba encontrar. Lo ubican en la silla apropiada y la señorita que naúfrago pensó una simple escolta se sienta frente al equipo, le pide en tono aséptico que apoye la cabeza y comienza el aparataje sin verbalización alguna. No, no le explica qué está haciendo. No, no le anuncia que ya lo atenderá el doctor y que ella está haciendo las primeras pruebas. Simplemente hace lo que tiene que hacer y cuando termina aleja la cabeza del aparato, se para y con un movimiento sutil lo escolta nuevamente hasta la sala de espera. Naúfrago se desconcierta por un instante pero como ve que no hay espacio para la reflexión se vuelve a sentar en la misma silla y agarra la misma revista. Espera unos diez minutos y escucha nuevamente la hipoalergénica voz de la nursecretaria que abre la puerta con una mano y con la otra hace un signo como de palanca para invitarlo a pasar nuevamente. Entra al consultorio, se sienta en la silla, le piden que tire su cabeza hacia atrás y le colocan tres gotas en cada ojo. Le dilatan las pupilas. Lo invitan a la sala de espera. Se sienta. Se encuentra ahora en un estado de cosificación intermedio y ya no espera nada del proceso. No sabe si esperar o si retirarse, si quedarse sentado en la sala de espera o ir al baño, si hablarle a la obesidad que tiene a su lado o echarse una siesta. Quiere ir al baño pero teme que eso lo deje fuera del proceso. No va. "Nowfragian". Transita. Entra. Sienta. Echa para atrás la cabeza. Cree sentir la presencia de un medio oficial doctor o experto en soldadura. Le habla a sus ojos y sus ojos mandan a su boca que conteste. Su boca enuncia el caso y el doctor el diagnóstico de control de calidad. Sale. Transita. Sienta. Espera. La nurseócrata le entrega su receta y promete enviarle la factura. Se abre una compuerta y naúfrago se envuelve en su automóvil. Transita.

martes, 11 de noviembre de 2008

(Desplazado)

Quizá en aquella vidriera
encuentre imagen que no sea nuestra
-ni de nadie-

Sea tan sólo imagen
como yo sólo hombre.
No hable como nadie
ni luzca como ella
ni vista como él quisiera vestir

Que permanezca helada
mientras yo camino
se toque y esté vacía
se sienta y sea nada

Pues si ella soy yo
y vice versas...

Quizá en aquella vidriera
me encuentren a mí otros tantos

Y nadie sea nadie
Y nada sea nada

Y todo: un reflejo de un reflejo de un reflejo de un reflejo.

Pedazo de pedacito: de cómo se enamoró de sí mismo.

Naúfrago camina por la calle repleta y mira atónito a todas las personas que lo rodean. A todas sus imagenes que lo invaden y le hacen creer, finalmente, que no está sólo. Observa las vidrieras, juega a los tropezones con su eterno camino de simetrías y planificaciones, encuentra una esquina que lo hace sentir tal como en casa. Se llama la esquina de "Tal como en casa". Se sienta en su banquillo un rato y mira hacia arriba en búsqueda de un cielo reconocible, pero el que ve le resulta demasiado bien pintado. Las nubes no son aquellas que recuerdan ilusiones de conejitos o dragones o lámparas de pie de dormitorios idílicos. Se olvida del cielo y mete la nariz en su libro porque así lo hacen los otros. Y cruza las piernas y apoya su café en el banco y deja el diario doblado entre sus piernas mientras un par de palomas se le acercan porque así continúa la historia. Se levanta luego de un breve lapso pensando para sí mismo que ya es hora de hacerlo; mira hacia sus costados y con una dirección segura y firme se dirige hacia no sabe dónde.
Baja por las escaleras y se mete en el subte. En las escaleras oscuras y con olor a orina perfumada siente una puntada en el pecho. La ignora, termina de bajarlas y compra una tarjeta. Hay promoción: 10 viajes por 7; accede. Click. Retira su tarjeta. Espera el N, asoma la cabeza al escuchar el ruido estruendoso del subte destartalado, espera que todos bajen (porque así lo hacen todos) y se sube. Se sienta. Se acomoda. Se trata de controlar de no mirar descontroladamente a las bestias que se suben y se mueven dentro del tren, como si verdaderamente hubieran sido puestas allí por un vil creador de escenas bizarras. Cubre su cara con un diario y sus oídos con auriculares para no espiar a la pareja que se sienta frente a él y se toma de las manos. Cuando se besan, y ve que cierran los ojos, baja disimuladamente el diario y los mira. Siente una puntada en el pecho y una cosquilla en el hombro. Recuerda una imagen de su película favorita en la que un meñique inocente roza un nudillo tosco, una mirada se cruza y después al amor en la cama. Naúfrago; siente amor y su falta como si fuera propio; tal como lo sintió aquella primera vez que vió la película sentado sólo en el sillón de su casa. Creyó, con la seguridad del sentimiento, que esa imagen era la suya y que él era su imagen. Lo confirmó nuevamente esa noche cuando la televisión le ofreció la película y una publicidad de automóviles con el mismo actor, su modelo. Sintió una cosquilla en la espalda y se regocijó de haber encontrado lo que tanto le faltaba. Ya no quiso espiar los besos de la pareja de en frente, pues él, junto a su tele, en esa noche, sintieron que sentían el amor.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Todos vemos las estrellas

Miró hacia adentro y encontró el vacío. Recorrió las calles en búsqueda de sonidos y de imágenes y de arquitectura que quiso hacer propias y se encontró, o todo lo contrario, con objetos que una vez que observaba o tocaba con su índice apelando a su esencia, se desvanecían cual granitos de arena en un acantilado invisible. Siguió caminando y encontró que la gente que rozaba sus interacciones - en el supermercado, en el tren, en la farmacia- no dejaban en el más que el rastro de su corpórea presencia.
Pues todo, en ese mundo, tenía la existencia etérea de la percepción de una estrella: todo, al llegar a los sentidos del naúfrago, había dejado de ser, había muerto. Es un tema de la velocidad, explican algunos. Es un tema de la variabilidad del tiempo dicen otros. Es un tema de los signos comentan aquellos. Es la reproducción en circuitos eternos de los no- lugares, gritan los transeúntes. La verdad es que es todo lo mismo. Porque al fin y al cabo, la sensación es igual dadas todas las explicaciones: el cuerpo transita por las calles y no está verdaderamente allí. Pues el signo de su existencia le llega a los otros vacío de esencia, y la existencia de los otros llega repleto de retazos que ya no son nada más que imágenes de lo que fueron, si alguna vez llegaron a ser. Naúfrago transita pues si se detiene se intoxica de distracciones y preguntas que lo llevan a la locura. Y la locura le da miedo.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Un mundo de todos y uno todos los mundos

Conceptualmente hablando una isla no está aislada de nada: es parte, rizomática y matrixial, de todo un mundo que la comprende, la abarca, la estaciona, la abaraja y la bañera. Es por eso que el naufragio en realidad no siempre emprende soledad ni abarca imaginarios clásicos o hollywoodenses que proliferan las publicidades no tradicionales de compañías como Fedex, UPS o Correos Uruguayos. 
El naufragio en esta época está dado por una conexión/desconexión del ser mismo a sus partes y a sus contrapartes. El ser fragmentado que hizo de sus extensiones no sólo un emprendimiento hacia la robótica y a la fabricación de lavavajillas espaciales, sino una carrera genética de reproducción clónica de su ser dentro de su ser, se ve en conexión con todo el mundo porque sus partes ya no se contienen dentro de su propia materia corporal; y en desconexión, pues la dispersión de esa misma materia corporal, en fragmentos que ya no sólo no le pertenecen en exclusividad, sino que le pertenecen a tantos otros en simultaneidad, hace dificil el encuentro del sí al sí mismo.
Notamos que  una consecuencia de esa satelización de las propias partes presenta una tendencia muy providencial en Igualandia: la obesidad como forma de extasis en la cual el ser humano se pierde en una búsqueda eterna de su cuerpo en su propio cuerpo, recurriendo como siempre al vicio impune de la reproducción y la repetición, creyendo que allí encontrará la solución por suma o multiplicación infinita, cuando en realidad, bien lo supo Deleuze, para buscar en la multiplicidad, siempre N menos uno.
La obesidad es un caso, ya lo analizó Baudrillard. El naufragio es otra cosa. Me refiero al naufragio en pos de una búsqueda de una categorización más emocional, no tan sólo académica. Pues los académicos - y gracias por ello- analizan y estudian estos hechos desde las bases que acarrean todas las índoles de pensamiento y todas las materias filosóficas que a través del tiempo han logrado formular lo que hoy en día se pinta de informulable. Pero lo hacen; y formulan, y categorizan y ayudan a comprender. Pero hay algo que falta en los autores de la posmodernidad. Nos tiran el puntapié del apocalipsis pero no tiran el centro de la acción. Y claro que no. Por un lado, porque se acabaron las utopías, bien lo explicaron. Por otro, porque la acción se conecta con el espíritu y el sentimiento, y ellos, como intelectuales, no navegan por esos ámbitos.
Yo por mi parte, como soy todavía muy ignorante en métodos analítico-filosóficos y todavía aún más ignorante en la cantidad de hojas que hay que devorar para poder hablar de algo, me guío por la intuición de que acá algo no anda bien y de que no vamos a mejorar a menos que entremos a ir para atrás, o para otro adelante. (Sigo en búsqueda del punto Cannetti, aquel que señala el momento en que todo se empezó a ir al carajo, si alguien lo encuentra ruego me avise). Me guío por la emoción porque me envicio con la televisión y con todos los medios que se me cruzan al igual que lo hacemos todos, pero camino por las calles de Igualandia y siento un olor a podrido que ya no es el olor de lo falso, de la mentira encerrada, del gato de la seducción que se escondió un día y nunca más se volvió a esconder. El olor, la peste, el veneno, es el de la realidad simulacro. El intercambio de un trueque insólito y poco rentable: Lo real por los signos de lo real. Así lo dijo Jean Baudrillard y así lo llamo yo. Hasta ahí somos todos intelectuales. Pero venga la emoción a iluminarnos y explicar porqué este fenómeno es tan insólito y a la vez tan poco detectable. Venga el naúfrago a contarnos más de la oralidad protocolar y la gestualidad planificada, de la amistad construída a base de cartulina y la realidad a base de pixeles y sentimientos inyectados en cuadrículas infinitas.
El naufragio es el abandono y es la ilusión de recuperación. Es la navegación por el sistema porque es en parte todos y es la bengala del auxilio de algo que dentro de uno clama en voz difónica: "Hey, tu, muchacho, una vez hubo algo que fue tu mismo, ve en búsqueda de sus restos". El naufragio es una isla entre los escombros de otras islas. 

Segundo Pedacito: de porqué se la comió y después embocó la misma cuchara

Se subió al tren del eterno naufragio confirmando que lo llevaría, eso y nada más, a la estación central de la ciudad de los zoológicos defenestrados. Nunca supo jamás que en ese tren no podía apoyar los pies sobre el asiento, y menos que menos pararse antes de tiempo al acercarse la parada. No supo, pero fue informado por el impretérito cartel de las mil caras de la prohibición. "Tablas de la ley un poroto", pensó y luego se persignó ante el Empire State de sus condensaciones. El tren demoró tres minutos desde la estación de Dover hasta la de Maplewood. Los humanoides se subieron en un lapso promedio de 43 segundos y el señor cobrador del tren violador se acercó hasta el naúfrago en pretención de su boleto. "Usted está viajando en hora pico, 1 dólar 75 por favor". El viajero comprendió por la cara que no era joda, ah no. Abrió su billetera, sacó el dinero, y se la entregó al capataz. Sintió por un momento que había sido violado por un estruendoso pene de esclavo lechoso, pero lo dejó pasar. Quedaban aún tres estaciones hasta llegar a la ciudad por lo cual cerró el orto y miró un rato por la ventana. Todo parecía transitar como en una pesadilla gomórrica de García Canclini hasta que por uno de esos polvos enigmáticos que se introdujo en su fosa, estornudó. Y lo hizo en inglés. Huchiou. 
Aún con un poco de baba en el anular levantó la cabeza en derrepencia y se percató de la injuria. Todos los modelitos habían alzado sus cabezas e inclinádolas hacia su asiento y como en un coro germánico de monjes dijeron a capella: Bless You, en una especie de ola verbal que empezó en el último vagón y acabó ensuciando la pared. 
Esa fue la primera vez que sintió los síntomas de su naufragio. En vísperas de estornudos o tropezones, o saludos o crisis atencionales o amistades o en compra de cigarrillos, todos, en Igualandia, tenían una reacción preparada, junto con un protocolar sistema de oralidades a emitir en caso de existencia. El viajero comprendió que ese no era un viaje sólo suyo; su viaje era un modelo de viajes ajenos y los carteles su denuncia. Decidió comérsela: agradeció la bendición planificada otorgándole la virtud de la espontaneidad que tanto clamaba. Luego se encontró aislado en una isla repleta y comprendió que gritar auxilio sólo traería más bendiciones.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Diferencia es igualdad: primera hipo tesis dialéctica posmoderna.

Olvidesé del ser. 
Piense en el ser humano como lo que es a los ojos de un Estado de Control (una institución política de índole democrático): un cuerpo vacío y virgen dónde se pueden introducir modelos a través de la propia elección del cuerpo. Un cuerpo autosuficiente que, proporcionado con un número ilimitado de opciones, se erige en una persona con un número limitado de características. Algunos llaman este proceso personalización (Lipovetsky), otros lo llaman libertad (George Bush), otros simplemente lo llaman democracia, o mercado.
La persona que al ser no se asoma tiene ante sus ojos la voraz necesidad de crearse y creerse diferente; y se cree dotado de esta capacidad pues acude al supermercado y elige un poco de intelectualidad, un poco de nacionalismo, un poco de psicología, un poco de educación, una pizca de pertenencia y otra de espíritu revolucionario. Y muchas, muchas papas fritas. Enciende la televisión y elige de los miles de canales, todos los que crea que se adaptan a sus gustos. Si ningun canal se adapta, recurre al internet. Y allí están todos sus gustos. Los de él, lo de ellá, los del perro que celebra su comunión, y los de la tía que se acaba de recuperar de cáncer de mama. 
Es una persona diferente: porque la combinación que realizó del canal 68, 11, 24 y 1033 multiplicado por la cantidad de páginas web que marcó como favoritas, sumado a los tres paquetes de mayonesa light que consumió en el supermercado, lo hicieron una persona completamente distinta a todas las otras, claro está.
Cuánto mayor cantidad de opciones mayor la sensación de diferencia de la persona. 2+2. Sin embargo, a mayor cantidad de opciones proporcionadas, mayor capacidad de control sobre las elecciones de la diferencia. Cada vez se puede ser más diferente y cada vez hay menos obstáculos para la vida demócratica. Pues no hay elección fuera de las opciones existentes. La diferencia es para la democracia como la igualdad para el ejército; un instrumento de numeración y agrupación de lo cual todo forma parte y nada existe fuera de ello.

Primer pedacito: de cómo y porqué llegó a dónde llegó

"Es tuya" le dijeron, y salió despavorido a la búsqueda de su más magnánima nadeza. 
"Esta es tu oportunidad de vivir", continuaron, "sin dejar marca alguna". Y allí fue; aturdido por el inmenso sueño de hacer lo que quería y cagarse en todos y recorrer el mundo en su velero invisible y navegar. Fue a parar junto a muchos otros igualitos a él en una isla enormemente aislada que se hizo llamar Igualandia, cuya característica determinante es que le ofrecía a toditos los guacho la capacidad de ser quiénes quisieran ser. Alto, bonito, bajito, barato, putito, negrito, enfermito, modelo, abogado, plomero, moroso, ilegal, presidente. En fin, en Igualandia todos los guachitos podían ser diferentes; bien diferentes. 
"Y cómo funciona?" se pregunta usted. "Con todo el mundo diferente eso debe ser un gran quilombo!" Vaya que es una gran pregunta, uste sí que es inteligente, de dónde es? No se quiere venir para acá? Nosotros se la damos sin problemas. Venga, venga que hay lugar para todos. Sí, claro, puede andar disfrazado de esfincter! Como no! No pasa nada...
Y allí fue. Pensó por un instante que se iba a arrepentir. Que tal vez no quería poder ser diferente; que tal vez el tendría un lugar en otro lado dónde habrían muchos más como él, igualitos igualitos. Después se dejó llevar por los colores y las banderas y las millones de palabras y de imagenes que lo rodeaban y le daban ideas (ideas?) de lo que podía llegar a ser, y la cantidad de guerras que podría librar y las rejas de color blanco a las que se podría montar disfrazado de esfincter y casado con la idea de que él podía hacer algo. Navegó en el asiento 31B de American Airlines y llegó.