domingo, 9 de noviembre de 2008

Todos vemos las estrellas

Miró hacia adentro y encontró el vacío. Recorrió las calles en búsqueda de sonidos y de imágenes y de arquitectura que quiso hacer propias y se encontró, o todo lo contrario, con objetos que una vez que observaba o tocaba con su índice apelando a su esencia, se desvanecían cual granitos de arena en un acantilado invisible. Siguió caminando y encontró que la gente que rozaba sus interacciones - en el supermercado, en el tren, en la farmacia- no dejaban en el más que el rastro de su corpórea presencia.
Pues todo, en ese mundo, tenía la existencia etérea de la percepción de una estrella: todo, al llegar a los sentidos del naúfrago, había dejado de ser, había muerto. Es un tema de la velocidad, explican algunos. Es un tema de la variabilidad del tiempo dicen otros. Es un tema de los signos comentan aquellos. Es la reproducción en circuitos eternos de los no- lugares, gritan los transeúntes. La verdad es que es todo lo mismo. Porque al fin y al cabo, la sensación es igual dadas todas las explicaciones: el cuerpo transita por las calles y no está verdaderamente allí. Pues el signo de su existencia le llega a los otros vacío de esencia, y la existencia de los otros llega repleto de retazos que ya no son nada más que imágenes de lo que fueron, si alguna vez llegaron a ser. Naúfrago transita pues si se detiene se intoxica de distracciones y preguntas que lo llevan a la locura. Y la locura le da miedo.