miércoles, 10 de junio de 2009

El trabajo expresivo- conceptual. Y el arte de la nada.

La expresividad-conceptual posmoderna (toma!) permite en efecto encontrarle un atractivo a la bajada de sisterna, o al experimento humano, al sadismo y la exposición como formas de arte. Por qué no entonces un arte que de verdad envuelva la causa del sinsentido (o la pérdida del sentido, digamoslo propiamente. de esto ya se sabe mucho.). Un arte que evoque propiamente el carácter de nuestra época. Pero no desde la reproducción escondida de signos que ya hemos visto. Sino, por el contrario, la virtud de la iluminación que nos confiesa que ya hemos perdido toda causa, que ya el lenguaje no rinde y que ya perdimos toda esencia de las cosas. La nada. Y el después de la nada. Hoy. No me quiero adelantar, pero, qué si en realidad en un trabajo de alabanza a la nada y un descubrimiento de la época (en el sentido de "des- cubrir", delatar un secreto, develar) no acabamos encontrando un verdadero sentido o al menos, un nuevo sistema para expresarlo? Que de verdad lo exprese... no que lo esconda, lo matice, lo reproduzca hasta la autodestrucción. Tal vez sea sólo otra versión de filosofía, tal vez nada tenga que ver con el arte. Tal vez, quizá, sea solo un intento más de otros viejos intentos. Pero, también, podría ser lo contrario. El algo.

lunes, 11 de mayo de 2009

Cómo combatir el no-lugar, o cómo no dejar que lo sumerja y contagie.

Un no- lugar se acomete en la tarea de conquistar y adormecer. Hacer transitar, funcionar, llegar. Nunca: permanecer, apropiar, identificar comodidad o mera simpatía. Un no-lugar se convierte en un espacio que simplemente no acoge, baraja. Como a quienes recoge un aeropuerto, quintaesencia del no-lugar y viceversa. El ejemplo magno del tránsito, su figura metafórica por excelencia, su edén y realización. El aeropuerto te come o te deja vivir entre sus fauces. Y hace esto no tan sólo inyectando su suero de funciones y formalidades, protocolos y semióticas. Entra, perforando discretamente, las áreas más profundas y más simples del pensamiento; transformándolo.
Sentado en un sillón ergonómicamente neutro y poco pretencioso, la mente del aeropuertado no sigue las cauces de su típica rutina. Se deja llevar por los carteles y por las indicaciones y los números que estratégicamente ubicados en un área de percepción óptica propicia para la aguja hipodérmica, anuncian dónde y cuando se debe estar en donde se está. Y no es fácil pensar en literatura, o filosofía, o en el amor, o lo que hay en la heladera de casa para cuando llegue. No se piensa ya en el aroma de la calle al caer las primeras hojitas del otoño, ni en la bondadosa sonrisa del cuidacalles que levemente y sin recato se apoya sobre el auto recién lustrado.
Existen formas de combatirlo. Lo importante es darle al determinado lugar un uso para el que no fue dispuesto en esencia. La locación que no acoge debe ser justamente acogida y conquistada en pos de la comodidad y en pos de la historicidad. Guárdese un recuerdo. Escriba una historia. Haga un amigo.
Si usted nota por ejemplo que en el aeropuerto la señorita del quiosco no lo mira, se encuentra sin duda frente a una de las consecuencias más diabólicas del no-lugar. La misma le cobra, le da la plata, lo asesora, lo atiende, lo acomoda pero no lo mira. No es su culpa, es culpa del lugar que le da empleo. Sorpréndala. Háblele como si la fuera a volver a ver mañana. Sonríale. Pregúntele sobre su familia y sobre sus amigos, quizá también sobre sus gustos. Recuerde su nombre. Ella no notará su astucia ni su causa pero usted bien sabrá que esta dando un uso no correspondido del aeropuerto. ¿Sabe qué? Ni bien tenga ocasión, siéntese en el piso. No sólo en el aeropuerto, en hospitales, plazas, cajeros automáticos por qué no, haga uso inapropiado del piso que parece resbalar porque lo único que pretende es que usted se mueva, que pase, no que permanezca sentado de piernas cruzadas, fumándose un cigarrillo o leyendo un libro. El cajero automático si lo piensa es un excelente lugar para desarrollar toda esa lectura que nunca logró concretar por causa de la polución acústica del living de su casa. Lea Don Quijote en el cajero. No se deje interrumpir. Inserte su tarjeta, digite su clave y retome la pagina número dos pensando en algún lugar de la Mancha.
Si usted siente que en un no-lugar su pensamiento rápidamente se desvía a lo trivial de los horarios o lo puramente narrativo de las folletería comerciales, deténgase en un lugar inapropiado y medite. Déjese sentir y respire hondo. Sienta que está en un lugar plenamente hospitable, que hay una estufa a leña acariciando sus nervios con ruidos de chispitas y chispotes. Quémese. Total… No se sienta intimidado, mire a la gente a los ojos y examine sus objetos. Las valijas dicen muchas verdades acerca de la gente. Sus almohadillas de avión también. Sus compras de supermercado, una biografía entera. En fin, no desperdicie la oportunidad de desear buen provecho, decir salud, preguntar la hora, indicar el baño, acariciar un perro, ofrecer fuego, cantar una canción.

martes, 21 de abril de 2009

(El trabajo expresivo-conceptual) El concepto perdido. Capitulo de catarsis.

Corresponde a la voluntad de escribir emanando y direccionando pensamiento hacia la nada. Una forma dadaísta de catarsis que no cura ni repara pues en realidad, ni siquiera es. Palabra escupida cual si fuera respiro. Vacía de sentido pero tal vez si un poco reveladora del inconsciente. Eso que dicen de los huecos del discurso. Palabra como fonemas que se tornan carne y abandonan el veneno del sentido y las cicatrices de la lógica. Pretenden, sin pudor, volver a ser expresión en el sentido más profundo. Expresión del nivel de un gesto pero ahora con la carga nostálgica y a la vez perturbadora de lo que fue su vocación por siempre, la maldición que cargan (las palabras) de transformarse en lógica narrativa y conceptual.
Liberar al concepto de su palabra es un trabajo de recuperación de sinapsis que fueron denominadas y perdieron en consecuencia su esencia, pues el signo no es nunca completo. Se pierde, al nombrar, ese momento de creación de un concepto en el cual genera mas sentido que una vez después de formado, y nombrado y descripto. Recuperar ese momento requiere eliminar al signo, - tachar-, y permitir otro intercambio en el cual el concepto no pierda naturaleza en pos de su transformación a lo transmitible.

Sobre el trabajo expresivo-conceptual

Descubrir en las funciones del pensamiento y en las prácticas discursivo-emocionales formas de transición que refieren al espacio entre lo conceptual concreto y lo real -a nivel de lo percibido individualmente por lo sentimental- deriva en la conclusión de que un trabajo a este nivel podría, no sólo obtener las cualidades de vocación, sino que en definitiva envolvería a todo lo que respecta al ser a nivel de su filosofía y sus formas de vida -por no decir ideología, que sería tan sólo una dimensión de lo anterior-.
Las transiciones conceptuales pueden ser de tipo latente a nivel de los pensamientos, o pueden trasladarse a un nivel práctico y concluir entonces en algo nuevo a traves de una trasformación, no necesariamente volviéndose material. Un caso de transición consumada de lo conceptual a lo práctico serían las obras de arte creadas a partir de teorías filosóficas, generando un circuito circular en el cual lo conceptual nutre la obra de arte como práctica de expresión, y la práctica, a su vez, está nutrida a nivel del contenido conceptual, que lo pasa a definir a nivel de formas, o estructural.
En el plano de lo humano, no existe la necesidad de una práctica que traslade el concepto sino mas bien un gesto que delate una idea. Si tenemos en cuenta que el ser humano esta constantemente expresando es unicamente natural percibir que lo gestual, lo físico, lo corporal, está permanentemente haciendo esa traslación. El baile es tan sólo la expresion consciente de una traslación latente, o más que latente, existente en otros niveles de consciencia. El trabajo expresivo- conceptual entonces no pretende más que hacer que esa ultima traslación , de lo conceptual a lo físico, de la idea al gesto, del concepto al movimiento. Es un trabajo de observación: a la hora de recuperar información del gesto ya realizado y buscar el concepto que lo antecedió. Es un trabajo de transformación: a la hora de lograr la transición a partir del concepto y llegar a un movimiento, una obra de arte, una práctica de cualquier tipo que denote, en un plano de consciencia, que ha habido un premeditado intento de crear y transformar.
Estas formas no estan teñidas de soberbia. Son propias y compartibles pero no con la intención de imponerse. Pues no tienen propuesta ética: si hubiera que preguntar " Para qué sirve?", la respuesta no sería un plan de solución a los problemas del mundo. Ni una utopía a realizarse a partir de estas prácticas. No se adjudican ni siquiera la voluntad de creerse teoría o manifiesto o propuesta experimental. Son, sí, en mi caso, propuestas que al realizarse tanto en el nivel diario de lo humano como en el nivel esporádico de lo artistico, poseen la capacidad de hacerme sentir bien. Como si en lo mínimo del caos y de las grietas del ser, estos procesos fueran curativos o bien, marginales, nuevos, atractivos.
Si del gesto de un ser humano se retira un concepto, se refleja un trabajo de escucha y de atencion que en su profundidad retiene algo similar al amor, o a los rastros de él. Si en la mirada y el gesto se intuye el espectáculo de un intercambio de apertura tal que permite la expresión conceptual, entonces hay comunicación. Si la traslación de un individuo se focaliza en la transformación de una idea o un concepto, a un gesto, un movimiento, una mirada; y en el otro se recibe esa traslación ya consumada y se la vuelve a recuperar como concepto, a partir de la traslación del gesto recibido en concepto comprendido, entonces, no necesariamente estamos tan solos.