martes, 11 de noviembre de 2008

(Desplazado)

Quizá en aquella vidriera
encuentre imagen que no sea nuestra
-ni de nadie-

Sea tan sólo imagen
como yo sólo hombre.
No hable como nadie
ni luzca como ella
ni vista como él quisiera vestir

Que permanezca helada
mientras yo camino
se toque y esté vacía
se sienta y sea nada

Pues si ella soy yo
y vice versas...

Quizá en aquella vidriera
me encuentren a mí otros tantos

Y nadie sea nadie
Y nada sea nada

Y todo: un reflejo de un reflejo de un reflejo de un reflejo.

Pedazo de pedacito: de cómo se enamoró de sí mismo.

Naúfrago camina por la calle repleta y mira atónito a todas las personas que lo rodean. A todas sus imagenes que lo invaden y le hacen creer, finalmente, que no está sólo. Observa las vidrieras, juega a los tropezones con su eterno camino de simetrías y planificaciones, encuentra una esquina que lo hace sentir tal como en casa. Se llama la esquina de "Tal como en casa". Se sienta en su banquillo un rato y mira hacia arriba en búsqueda de un cielo reconocible, pero el que ve le resulta demasiado bien pintado. Las nubes no son aquellas que recuerdan ilusiones de conejitos o dragones o lámparas de pie de dormitorios idílicos. Se olvida del cielo y mete la nariz en su libro porque así lo hacen los otros. Y cruza las piernas y apoya su café en el banco y deja el diario doblado entre sus piernas mientras un par de palomas se le acercan porque así continúa la historia. Se levanta luego de un breve lapso pensando para sí mismo que ya es hora de hacerlo; mira hacia sus costados y con una dirección segura y firme se dirige hacia no sabe dónde.
Baja por las escaleras y se mete en el subte. En las escaleras oscuras y con olor a orina perfumada siente una puntada en el pecho. La ignora, termina de bajarlas y compra una tarjeta. Hay promoción: 10 viajes por 7; accede. Click. Retira su tarjeta. Espera el N, asoma la cabeza al escuchar el ruido estruendoso del subte destartalado, espera que todos bajen (porque así lo hacen todos) y se sube. Se sienta. Se acomoda. Se trata de controlar de no mirar descontroladamente a las bestias que se suben y se mueven dentro del tren, como si verdaderamente hubieran sido puestas allí por un vil creador de escenas bizarras. Cubre su cara con un diario y sus oídos con auriculares para no espiar a la pareja que se sienta frente a él y se toma de las manos. Cuando se besan, y ve que cierran los ojos, baja disimuladamente el diario y los mira. Siente una puntada en el pecho y una cosquilla en el hombro. Recuerda una imagen de su película favorita en la que un meñique inocente roza un nudillo tosco, una mirada se cruza y después al amor en la cama. Naúfrago; siente amor y su falta como si fuera propio; tal como lo sintió aquella primera vez que vió la película sentado sólo en el sillón de su casa. Creyó, con la seguridad del sentimiento, que esa imagen era la suya y que él era su imagen. Lo confirmó nuevamente esa noche cuando la televisión le ofreció la película y una publicidad de automóviles con el mismo actor, su modelo. Sintió una cosquilla en la espalda y se regocijó de haber encontrado lo que tanto le faltaba. Ya no quiso espiar los besos de la pareja de en frente, pues él, junto a su tele, en esa noche, sintieron que sentían el amor.